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Gangrena comunicativa

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Gangrena. Putrefacción. Del griego γάγγραινα. La muerte de células de la piel que lleva a la pérdida del tejido. Ese es el proceso que vive el aparato de comunicación del gobierno de Mariano Rajoy. En las últimas horas, más carne ha muerto por su falta de visión.

Cada vez que Mariano Rajoy ha huído, ha evitado responder o se ha escondido, su credibilidad se ha minado. En un tiempo récord, Rajoy parece haber evitado el síndrome de La Moncloa para iniciar un proceso cavernático -que no tiene nada que ver con la caverna mediática, que sigue lanzando capotes incomprensibles ante el momento más duro de la reciente historia española- hacia lo absurdo. Como si de un personaje de Los Otros se tratara. No quiere salir a la luz del sol. Se siente seguro a resguardo. Roza lo ridículo al huir de la prensa.

Esa gangrena amenaza a la propia democracia. Un presidente que se niega a responder a la prensa es un presidente sin autoridad moral. Es un presidente cobarde. Jorge Cachinero lo expresa a la perfección: “los cobardes son gente peligrosa”. Rajoy, acaba de dar su primera rueda de prensa en solitario en seis meses. Lo ha hecho obligado por una presión sin precedentes. El presidente, en el momento más grave para la economía española de los últimos 30 años quería esconderse. Quería evitar dar explicaciones a los medios y a los españoles. Esa actitud condena a la democracia.

Ha comparecido. Lo ha hecho tarde y mal. Sumando más carne muerta a esa putrefacción general. Algo huele a podrido en Moncloa. Un hedor insoportable. El mismo que no pone orden a las contradicciones de sus ministros. El mismo hedor que se siente cuando un ministro, Soria, es capaz de negar el rescate dos horas antes de que De Guindos lo anuncie. El mismo hedor que llega cuando no se baraja la opción de dejar a De Guindos los detalles de la reunión del Eurogrupo, que para algo era él el que estaba ahí, y programar claramente un mensaje de fuerza y optimismo por parte del presidente del Gobierno. El patrón de la nave.

En 25 minutos. Tono agresivo. Incluso soberbio. Con una auténtica metáfora visual: una iluminación que languidecía al avanzar la comparecencia. Una metáfora de lo que ha sido, una oportunidad para crear auténtica confianza. Y digo auténtica porque el relato que está barajando el Gobierno tiene sus retos. El rescate -que no se llama así- es un triunfo. Algo muy bueno que no tendrá efectos para nadie. Que no afectará al déficit. Que los bancos devolverán religiosamente. No tardarán en justificar recortes en base a “lo que pasó ayer”.

Ha anunciado que va a ir al futbol -el partido de la selección española- porque tiene que ir. Es donde debe estar. Aunque se pierda a Nadal. Muchos creen que donde debía estar era dando explicaciones ayer. El día del rescate o llámalo x. Porque el presidente no ha querido entrar en debates nominalistas. La palabra lo es todo. Aunque Rajoy olvida que “it’s not what you say, it’s what people hear”.

Lo tenía todo a su favor. Una herencia nefasta. La peor crisis financiera de la historia. Una mayoría absolutísima. Incluso si hablamos del rescate. Pero ha dilapidado todo ese capital. Se ha cargado toda su credibilidad. Lo que empezó como un goteo de errores comunicativos al iniciar su mandato se ha convertido en gangrena comunicativa. Y, tras ver la primera rueda de prensa en seis meses, obligado, no parece que vaya a cambiar.


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